Capacidad para 450 personas. Cocina funcionalmente diseñada con los últimos adelantos técnicos. Bar americano atendido por personal altamente especializado. Muebles diseñados especialmente. Calefacción. Playa de estacionamiento. Música funcional. Dos orquestas. Lavadero y secadero propio. Cocina internacional supervisada por un famoso chef. Diseñado para unir el paisaje a su interior. Rodeado del Lago San Miguel. Banquetes y demostraciones.
Hace 64 años se inauguraba la Confitería del Lago, un emblema que tuvo el parque 9 de Julio. En un aviso publicado en este diario, el restaurante prometía cumplir con todo lo detallado anteriormente. Y, según testimonios de la época, no solo cumplía, sino que funcionaba como un termómetro de la sociedad tucumana. Entre sus paredes de diseño vanguardista se tejieron historias que trascendieron lo gastronómico: jóvenes enamorados que sellaban sus promesas junto al espejo de agua, familias celebrando hitos importantes, y noches inolvidables donde la música y el baile se extendían hasta el amanecer.
El glamour y el poder caracterizaban al imponente local que se promocionaba como “una obra realizada en un terreno de la Provincia con el exclusivo aporte y esfuerzo privado”, lo que reforzaba su carácter distintivo y su ambición por elevar el nivel de la vida nocturna en la ciudad.
Los que peinan canas recuerdan con mucho cariño aquella construcción que ostentaba un techo aerodinámico o, como se describió hace más de medio siglo, “un paraboloide hiperbólico”. El imponente edificio, que tuvo su mayor esplendor en las décadas del 60 y de 70, se integraba al lago por medio de un puente y un perímetro afianzado en el muro de piedra. En ese salón se celebraron eventos memorables: fiestas de 15, egresos, casamientos. Fue un escenario de alegría, elegancia y vida social intensa hasta que empezó el abandono.
Parque 9 de Julio: una nueva máquina limpiará el lago San MiguelEl esplendor se apagó lentamente. Para mediados de los 90, la Confitería del Lago ya no era aquel faro de elegancia que iluminaba las noches del principal pulmón verde de la ciudad. El abandono institucional y el paso del tiempo la habían convertido en una sombra de lo que fue: sus salones, otrora decorados con lámparas de cristal y mesas impecables, ahora albergaban historias de exclusión. Las personas en situación de calle encontraron refugio entre sus paredes descascaradas, mientras que el eco de las orquestas fue reemplazado por el sonido de botellas rotas y conversaciones ahogadas.
Para 2005, lo que quedaba del techo de la antigua confitería, en ruinas y sin control, se había convertido en la pista favorita de niños y adolescentes que, sin medir el riesgo, improvisaban un juego tan creativo como peligroso. Aprovechaban la pendiente de una rampa abierta -cuyo punto más alto se encontraba a unos 25 metros del suelo- para deslizarse como si fuera una pista de patinaje. Una simple botella plástica descartable, aplastada, hacía de trineo en esta travesía temeraria.
El triste final
La tradicional confitería quedó reducida al recuerdo en los primeros meses de 2008, cuando la Municipalidad de San Miguel de Tucumán comenzó a demoler lo poco que quedaba en pie de la estructura que marcó a una generación. Fue el golpe final a un ícono arquitectónico que había marcado una época. En aquel entonces, el subsecretario de Obras Públicas municipal, Atilio Belloni, justificó la decisión argumentando que el lugar había sido ofrecido en licitación sin obtener respuesta. El pliego incluía, además de la explotación del restaurante, el mantenimiento del lago San Miguel, con una base que rondaba los U$S600.000. “No sabemos por qué nadie se presentó”, dijo el funcionario con una mezcla de desconcierto y resignación en declaraciones a LA GACETA.
Tal vez, como él mismo sugirió, la cifra era excesiva para el empresariado local o el proyecto no parecía rentable. Lo cierto es que nadie estuvo dispuesto a apostar por recuperar esa joya que, aunque deteriorada, aún conservaba algo de su antiguo auge. Así, en silencio, sin protestas ni despedidas, se demolió no sólo una estructura, sino una parte entrañable del patrimonio afectivo de los tucumanos.
Como el Centro Cívico de Los Pocitos está paralizado, proponen que se construya un Centro de ConvencionesEn mayo de ese mismo año, el entonces gobernador José Alperovich anunció que buscaba inversores para construir un centro de convenciones en el predio donde había funcionado la confitería. Según detallaba, el proyecto se impulsaba en conjunto con el intendente Domingo Amaya, y requería la firma de un acuerdo entre la Provincia y la Municipalidad capitalina para su concreción. “Espero que en 60 o 90 días consigamos los inversores para la obra”, expresó en aquel momento. También adelantó que enviaría un proyecto de ley a la Legislatura para habilitar la inversión. Sin embargo, la iniciativa se diluyó con el tiempo y nunca volvió a mencionarse públicamente hasta la última semana.
¿Un nuevo comienzo?
La intendenta Rossana Chahla eligió su canal de TikTok, la plataforma con la que mejor logró conectar con los vecinos, para presentar una propuesta audaz: un concurso de ideas para recuperar la ex confitería desde la imaginación y la creatividad. La iniciativa busca algo más que una obra. Pretende construir puentes entre el sector público y el privado, como ocurrió con aquel imponente restaurante del que sólo quedaron recuerdos. Y eso, en una ciudad donde tantas veces primó la improvisación, no es menor.
El certamen, de alcance nacional, es más que una competencia entre estudios de arquitectura o diseñadores urbanos. Es una invitación abierta a pensar qué ciudad queremos, qué espacios merecen una segunda oportunidad y cómo podemos reactivar lo que alguna vez nos representó. Hoy son ruinas; mañana podrían ser nuevamente un orgullo. Porque este concurso no es solo una convocatoria a proyectar: es una oportunidad. Para los arquitectos, para los inversores, para el Estado. Pero, sobre todo, para los vecinos.
La meta trasciende la mera rehabilitación de un símbolo del Parque 9 de Julio; apunta a reinstaurar un ideal urbano: el de una ciudad que planifica, preserva y promueve la participación. Una ciudad que no solamente recuerda, sino que se anima a construir futuro con memoria.
El desafío ya está lanzado. Ahora, como en los buenos tiempos de la confitería, hace falta que alguien se anime a bailar el primer compás.